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Atenea

12 junio, 2020

Atenea

Me falta el aire. No sé si es la altura, aunque la ciudad de La Paz es muy alta. Puede que sea el lugar que, aunque amplio, parece un sótano pobremente iluminado. Acostumbrada a no tener paredes a mi alrededor, ahora estoy rodeada de cemento.

Siento que cumplo una condena, pero no sé qué crimen cometí. No vi estatua con balanza ni ojos vendados al entrar a este sitio. Ningún policía me hizo orden de arresto. Nadie me esposó. No tuve juicio. No hubo juez golpeando el mazo. No escuché sentencia. Sin testigos me dejaron aquí.

La luz ingresa por una ventana. Mi corazón no vibra. Mis fluidos no se mueven. No me desplazo. Voy mimetizándome con mis compañeros de encierro gracias a las partículas de polvo que descienden y se acumulan sobre nosotros. Hay flores en un jarrón pintados sobre un lienzo colgado en la pared. Cajas con libros. Leños ¿acaso para una fogata? Armarios con candados. Un avión de hojalata. Velas de barco. Al costado, un baúl. Me gustaría saber si tiene un tesoro pirata en su interior. Baúl, tesoro, velas, barco, avión, piratas: todo me suena a aventura. Era el plan que tenía. Llegar a Colombia, meterme en un barco para navegar por el Caribe y arribar a Cuba.

El único ser vivo que me visita es un conejo, me roza con su cola mientras salta a mi alrededor. Aparece de vez en cuando. Al no ser asiduo, hace que lo extrañe. Imagino que si ustedes se acercaran con cautela, sin hacer ruido y buscaran, verían sus orejitas asomando. Es asustadizo. Me causa mucha ternura. Nunca aparece cuando hay personas. En este punto ya se habrán dado cuenta que no soy humana.

Si les contara las aventuras que pasé para llegar hasta aquí, no me creerían. Pensarían que estoy mintiendo. Algunas son fantásticas. Otras son normales. Para mí todas son especiales. Hay personas que consideran que no soy la más adecuada para hacer las cosas que hice. Las pruebas, por suerte, están allí para desmentirlos. He viajado por medio mundo y ahora no puedo moverme. Es como si de pronto hubiese sufrido una parálisis. Este entumecimiento me esta enloqueciendo. Estoy como una tigresa enjaulada.

No les conté, pero no viajo sola. Cuando partí de Barcelona hace ya más de 5 años, salí acompañada de un humano. Uno que tenía poca experiencia con alguien como yo. Me nombró Atenea. Nos fuimos conociendo. Al principio su torpeza nos metió en líos. A veces su inexperiencia me irritaba. Pero nuestra relación se fortaleció. Se preocupó de rescatarme en la carretera del Pamir cuando esa piedra traicionera me rompió el corazón. O esas dos veces en que, por caídas, mi nariz se quebró y me llamaban trompa partida. Las veces que me dañé, me curó.

Recuerdo cuando estábamos viajando, donde me detenía, animaba comentarios. Si avanzábamos por las calles, las cabezas se giraban a mirarnos. Sin dudas despertaba envidias. Recibía pedidos de fotos conmigo. Ojos de incredulidad. Gestos de cariño. Caricias de gente que no conocía. A veces todo era demasiado agobiante. Hubiera querido pasar desapercibida pero eso es imposible. Aunque el humano pensara que era por ambos, todos sabemos que no es verdad, la atención la genero yo. Mis tapas están gastadas por el uso. Las maletas están rayadas por caídas y adornadas con los nombres de los países visitados. Soy bonita, gozo de experiencia. Poseo curvas que atraen. Tengo nombre de Diosa y una modestia acorde a ello. Diría que soy vanidosa.

Si observamos un planisferio, mi vida está marcada por puntos en él y líneas uniéndolos. Nací en Chennai pero me dieron nombre en Barcelona. Las marcas en el mapa del recorrido las asocio a sonidos. Cruzar un río. Pasar sobre hojas secas. El llamado de los almuecines desde los minaretes convocando a la oración en Estambul. El ruido del volcán Bromo al asomarte a su cráter. Madera quemándose para un asado con amigos. La musicalidad de las lenguas. Niños y niñas jugando en la calle. La lluvia golpeando chapas. Cortinas metálicas de negocios funcionando como despertadores citadinos. La mudez de las estepas mongolas. Las bocinas del caótico y estridente tráfico en la India. El rugido cuando enciende mi motor.

Ahora, mientras espero que me liberen, el único sonido que me rodea es el del silencio.

 

 

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